domingo, 24 de febrero de 2008

Confesión veraniega

Mi escritorio se encuentra, por estos días, atiborrado de libros. No estoy llevando ningún curso de verano, y los que llevaba en el Centro Cultural La Católica (aún sigo manteniendo reparos en la palabra cultural, pero bueno) culminaron hace poco menos de un mes. Busco desesperadamente trabajo con ese rótulo humilde de ''prácticas pre profesionales''. Mientras pasa eso, mientras siga esperando esa llamada, consecuencia del enésimo currículum enviado, ha despertado inusitademente, de una manera demasiado sospechosa, un interés muy apetecible por la lectura. Esto, a modo de confesión abierta.
Digamos, para ser francos, desde que tengo uso de razón hasta hace no más de dos años, la lectura era una actividad a la que yo no le prestaba atención, no me llamaba. Bruto, ignorante, sujeto totalmente pasivo, llámenlo cómo quieran, pero la lectura no iba conmigo. Irónicamente ya me encontraba estudiando Periodismo cuando el mundo de las letras todavía no hacía las pases conmigo, o yo no las hacía con ella. Lo único rescatable, para esa fecha, era que comenzaba a gastar mi sol diario para un ejemplar de 'La República', para seguir a Lauer, Páez y Edmundo Cruz, postergando mi pasión futbolera del Líbero. La compra era diaria, sin falta. Un deporte que hasta ahora lo conservo.

Como dijo un profesor, maestrazo él, capaz de ruborizar a cuanta chica del Villa María se oponga con sus conservadurismos, el gran Lucho Torrejón: ''no se conoce en el mundo ningún escritor- periodista que no haya leído anteriormente''. Claro, para cualquier regla o aserto, hay su respectiva excepción. Entonces, distinguimos del buen columnista, periodista, escritor, etc. del que no. Digamos, hasta este punto no hay nada nuevo, no hay esa pepa novedosa. Para nada, ni pretendo mostrarla. Simplemente, a estas horas de la madrugada que resiste a gritos ser lunes, arrojo en palabras lo que siento en estos momentos por la lectura, sin llegar a ser un snob, ni mucho menos afirmarlo con aires intelectualoides como los que se respira en, por lanzar un nombre, Etiqueta Negra. Vamos, la gente sabe. No nos hagamos los tarugos.
Reitero, mi escritorio anda atiborrado de libros, de manera inusitada e insospechada. Ya no están los discos de Floyd, Stratovarius, Lavoe, Beatles, sino de pilas y pilas de libros, de las letras inmortalizadas de Vallejo, Rulfo, García Márquez, Yerovi, Jaúregui, Vertbisky... y hasta del Código Da Vinci, entre otros. (Lo se, lo se, la fregué con el último título, pero como en la versión más idílica del periodista, hay que contar siempre la verdad... aunque este caso no se cumpla eso de 'duela a quien le duela'). No se si es un vicio temporal, una moda, o algo que ya se volverá eterno hasta mis últimos días, pero hay un aire alegrón y festivo en mi confesión (algo ingenuo porqué no). Y lo hago a pesar de la mofa que pueda surgir a continuación de la lectura de este post. Este verano se ha convertido en una suerte de 'pretemporada intelectual' saludable y enriquecedora. No lo digo inflando el pecho.
Es como que encontré ese gustito, que muchos ya lo han encontrado hace muchísimo tiempo, por los libros. Y claro, por supuesto, esto me sirve para la formación de mi carrera. Me exige, me dice 'fíjate bien antes de lo que vas a escribir huevón'. Me hace arrepentir de lo que estoy escribiendo ahorita mismo. Me arrocha. Me avergüenza. Pero me empila. Me motiva. Y sobre todo, ha despertado en mí esa insaciable búsqueda del estilo. Mi sello. Mi marca. Mi firma. Para eso, aún falta, bastante camino por recorrer.
Por lo pronto, continuaré leyendo sin cesar y vaya que hay mucho para leer...

No hay comentarios: