No hay ángulo o enfoque de lo sucedido hace una semana y dos días en Bagua que no sea tratado entre la indignación y el congojo. Las informaciones como un vaivén. El kiosko nos tira portadas tan diaria y constantemente, de tal manera, que nos cansa, pasamos a otra página, so riesgo de que lo llamen indiferentes. No los culpo, nadie es autoridad para, con una varita, calificar a alguien, salvo, claro está, las sandeces de nuestros políticos y la prensa ayayera.
Sin embargo, es todo este acontecimiento una contradicción en sí mismo. Negarse a escuchar o ver información relacionada a lo de Bagua no puede resultar un lujo. De inmediato, me veo en la obligación de sumergirme en la vorágine de periódicos, reportajes, notas y artículos en torno a este desafortunado tema. Un gobierno que no ata ni desata, que no hace otra cosa más que reprimir al que piensa diferente como castigar y lanzar bombas lacrimógenas en la marcha de solidaridad en Lima, el último jueves 11, por los caídos en Bagua; o detener al abogado Carlos Rivera por presuntamente falsficación de documentos (!Oh bendita coincidencia! !Oh casualidad! Rivera fue uno de los primeros que solidarizó con los nativos fallecidos en la Amazonía); o soportar a la Cabanillas no reconocer su negligencia, al haber mandado a la policía como carne de cañón a la guerra que desató en Bagua. En fin, son incontables los hechos que nos dejan sin respiro, sin tiempo para pensar: !qué diantres está pasando!
Los hechos suceden. Con diferentes miradas, diferentes apreciaciones. Pero no asoma un certero debate sobre la problemática. La información, los medios de comunicación siguen, pues, la lógica del libre mercado: rápido, transgrediendo los límites del tiempo y el espacio, no respetando la convivencia, no dando espacios a la racionalidad. Como consecuencia, la otredad es ínfima e insulsa: Meche Aráoz persiste en la no derogatoria de los decretos. He aquí, creo yo, la personalidad política más representativa del país. Vaya diversidad.
Sin embargo, es todo este acontecimiento una contradicción en sí mismo. Negarse a escuchar o ver información relacionada a lo de Bagua no puede resultar un lujo. De inmediato, me veo en la obligación de sumergirme en la vorágine de periódicos, reportajes, notas y artículos en torno a este desafortunado tema. Un gobierno que no ata ni desata, que no hace otra cosa más que reprimir al que piensa diferente como castigar y lanzar bombas lacrimógenas en la marcha de solidaridad en Lima, el último jueves 11, por los caídos en Bagua; o detener al abogado Carlos Rivera por presuntamente falsficación de documentos (!Oh bendita coincidencia! !Oh casualidad! Rivera fue uno de los primeros que solidarizó con los nativos fallecidos en la Amazonía); o soportar a la Cabanillas no reconocer su negligencia, al haber mandado a la policía como carne de cañón a la guerra que desató en Bagua. En fin, son incontables los hechos que nos dejan sin respiro, sin tiempo para pensar: !qué diantres está pasando!
Los hechos suceden. Con diferentes miradas, diferentes apreciaciones. Pero no asoma un certero debate sobre la problemática. La información, los medios de comunicación siguen, pues, la lógica del libre mercado: rápido, transgrediendo los límites del tiempo y el espacio, no respetando la convivencia, no dando espacios a la racionalidad. Como consecuencia, la otredad es ínfima e insulsa: Meche Aráoz persiste en la no derogatoria de los decretos. He aquí, creo yo, la personalidad política más representativa del país. Vaya diversidad.
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