Y es que va con dedicatoria a un grupo de periodistas y fotógrafas que, creo, me abrieron el camino para crecer en mi carrera. Esa que es la más ingrata de todas, la que no tiene horario de oficina, la que te da la posibilidad de conocer desde un Bill Gates, viendo el único capítulo en que Coyote atrapa a Correcaminos, hasta un Mario Broncano que pulula por la 16 de la Avenida La Paz del distrito de San Miguel.
La experiencia de haber estado en aquella oficina del tercer piso, en el edificio ubicado en la tercera cuadra del Jirón Camaná, Lima, me ha roto el cascarón; me ha hecho el pare, me ha hecho reflexionar y bastante.
Como decía, esto va dedicado a Mario Munive, Raúl Mendoza, Nilton Torres, Jorge Loayza, Maritza Montes, Claudia Alva, Rocío Orellana. También el agradecimiento va para Juan Álvarez.
De manera personal, no me gustan historias con finales felices, con moralina azucarada. Es más, en las comidas, siempre preferí lo dulce que lo salado.
Luego de una resaca por las celebraciones de mi cumpleaños (más que producto del alcohol, moral por no tomar ni una gota de aquel brebaje y sí ingerir grandes cantidades de pizza hawaiana, ya que desafortunadamente, no era fin de semana), había recibido la llamada de Mario Munive, editor de la revista Domingo de La República. Por su voz, imaginaba a alguien joven, digamos, de unos treinta años, felizmente alejado de toda la onda de los 'etiqueta boys'.
Pero, Munive aparenta tener más años, al menos cuando lo vi, de los que creía. Me dijo que podía venir al diario para hacerme una pequeña prueba. Sin pensarlo siquiera, asentí. Y es que la afinidad con el diario fundado por Gustavo Mohme Llona viene desde un 2004, cuando el bichito del periodismo me había picado. Ese año se produjo la mejor sustitución que, creo, un director técnico haría: La República por Perú 21. Hasta ahora recuerdo las entrevistas de Juan Álvarez en la última página del diario, o aquella entrevista que la periodista Lenka Zájec le hizo al entonces candidato Alan García, en pleno calor electoral de la primera vuelta del 2006.
Demás está decir que, desde ese primer día, cuando subí las escaleras y vi el peto imponente de Gustavo 'Papá' Mohme la piel se me escarapeló. Luego, subí al tercer piso y abrí la puerta, al costado de la redacción de 'El Popular'. Lo primero que vi fue una mesa central, donde ver al Correo y La Primera indicaban la diversidad de diarios que había. Dos redactores andaban concentrados mirando, cada uno, sus computadoras. Seguramente, preparando sus notas para la próxima edición.
Mientras tanto, mi nerviosismo hacía que mi mirada se dirija hacia el vacío. De pronto, escucho una voz que me pregunta: ¿Esperas a Mario? A lo que respondí, con cierto titubeo, que sí.
Aquella voz provenía de la coordinadora, quien con cara de buena ama de casa se mostraba muy cordial. Me dijo que esperara unos cuantos minutos, y que mientras tanto me sentara en la mesa central. En eso, otra voz, algo más estridente y algo chillona, se alzó en medio del taquetreo de los demás periodistas. Era la fotógrafa, quien resaltaba por su pelo fucsia: "A los practicantes acá siempre 'pierden' ah!"- recuerdo que, con cierta amenaza, advertía ella. Pues, había que tenerle cuidado, seguramente. El tiempo, después, hizo que sucediera algunos matices menos que lo contrario.
Después de la breve entrevista con el editor, no podía perder más tiempo y empezar con la investigación del tema encomendado: el juicio al ex gobernador de Tucumán, Argentina, Antonio Bussi. Fueron dos horas las que me quedé, en lo que se convirtió mi primer día como redactor de Domingo.
De todas maneras, la emoción nunca desapareció ni siquiera se nubló. Estaba, al fin y al cabo, en el trabajo ideal para mí, el más soñado, cual Lionel Messi cuando vistió la camiseta de la selección argentina. Sí, puedo pecar de bochornoso, de horrible romanticón, en estos tiempos donde todo parece estar invadido del más superflúo pragmatismo. Pero, insisto, es lo que se sentía por aquellos días.
Mas que los artículos publicados, son los que fallé en el intento, los que, por alguna razón me falto varios detalles los que más, ahora, he aprendido. El periodismo puro, el de la reportería, el de ir a la avenida Buenos Aires del Callao, que en cada esquina te encontrabas a diez muchachos con el torso desnudo y abundante de tajos y derivados; el de ir a los Barrios Altos; por un creyente de El Señor de los Milagros, el de ir al Rímac y conversar con niños especiales que no tienen nada de especiales, en el sentido más horriblemente paternalista. No todos los días fueron happy days. La presión por cerrar a tiempo tus notas, por coordinar entrevistas, por manejar tus tiempos y demás. Pero cuando salía a la calle, de comisión, un sentimiento casi pueril, infantil, inocentón, afloraba en mi.
No hubo muchos litros de cervezas que sí hubiera querido compartir con aquellos redactores, pero sí algunas conversaciones, algunas politiqueras y varios chismecillos de la farándula periodística (como diría Hildebrandt: periodismo sobre periodistas). Aunque, la fiesta por el 27 aniversario de La República llegó algo tarde, ya que solo faltaban solo dos días más de contrato.
En fin, estas líneas intentaban mostrar el agradecimiento hacia las personas arriba mencionadas, que, de todas maneras, confiaron en mi trabajo. Aunque, no encuentro qué cosa o que habilidad habrán encontrado pero el agradecimiento,igual, va para ustedes.
Gracias compañeros republicanos... no digo ex, porque, de hecho, esa pasión que tengo por el diario no ha sido mermada, sino ha crecido con más fuerza, como para regresar...lo más pronto posible.
1 comentario:
buaaa! mi querido chatín, hasta las lágrimas tío; tu corazón seguirá siendo republicano por siempre y los que te han conocido, conocen y conocerán, darán fe de ello.
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