Cito al blog Menos Canas de Laura Arroyo, quien expresa su sentir y orgullo por haber participado en la movilización de hace una semana contra el japonés volador y dictador Alberto Fujimori, a vísperas de poco más de un mes de su sentencia. Marcha, en la que por supuesto, también me sumé a los gritos de los colectivos universitarios, familiares de los desaparecidos en los crímenes de La Cantuta y Barrios Altos, trabajadores de diversos gremios sindicales, organizaciones sociales, entre otros.
"Un amigo me dijo “no creo que se cambie en nada la sentencia con la movilización” y le repetiría lo mismo mil veces: no se trata de alterar la sentencia porque se trata de un asunto legal que se resuelve por esa vía y nadie lo niega, sino del gesto, de ese gesto ciudadano importante y positivo. Más allá de un logro tan particular como el de la sentencia, ¿Acaso acompañar a quiénes han esperado por este día durante varios años no es válido o importante? ¿Acaso seguir exigiendo justicia no es necesario? ¿Acaso manifestar que seguimos presentes y seguiremos presentes porque amamos este país y por ello no olvidamos las barbaridades del gobierno de Fujimori no vale la pena? "
A manera de respuesta. Pues no será la única, ni menos la última persona, que resulta víctima de cuestionamientos sobre participar en marchas, protestas o incursionar en algún organización aún no politizada. En este sentido, el pragmatismo lidera en el ranking del pensamiento establishment. Es la idea de: ¿y para qué marchas? ¿qué ganas con eso?
Estos cuestionamientos, propios de la lógica Aldito Mariátegui, se reducen al funcionamiento, a la utilidad, a una ganancia monetaria. Y como una marcha, una protesta, una voz disidente que se expresa no vale en dinero, en acciones crediticias, o no va a sacar al que es sujeto de tus críticas, pues, simplemente, no sirve. Fujimori dejó bien arraigado esta manera de pensar, más que muchos otros presidentes: hacer obras, obras y más obras y me callo porque no conozco lo que es el debate público, y mucho menos la importancia que este tiene. Claro, no solo sucede en Lima, esta lógica tiene a devotos por todo el país. De lo contrario, varios otroras presidentes como Odría o el mismo Fujimori no hubieran llevado tantas masas a su favor. La idea del 'roba pero hace obras' y, en consecuencia, la política como personificación del partido en un mesías, un dictadorzuelo escondido con sus artimañas populacheras.
Bajo esa misma lógica, pues una lectura de un buen libro, discutir con alguien el tema de la semana o participar en alguna organización estaría desligitimado por el hecho de que no 'para' la olla, no trae réditos económicos, no te da qué comer. Lo que preocupa no es esta clase de pensamiento, repito, sino que este quiere imperar sobre otros, desprestigiándolos de cualquier forma. Por eso, el rechazo del gobierno a la construcción del museo de la Memoria; el mote de caviares; la magalización del debate, y por eso se habla de la separación del Puma Carranza, mientras Antero Flores Aráoz se pone rojo - no se asusten, en su rostro nomás- hace un escandelete, cual monja sobre la cucufatería de porqué Leysi Suárez se sentó encima de la bandera nacional y hace mutis cuando el ofrecimiento del gobierno alemán por el mencionado museo. Claro, la agenda siempre marca varios temas: algunos interesantes, otros importantes, pero el hecho está en que el debate debe contener temas que nos inserten a una ciudadanía más llevadera.
Ortodoxos siempre desfilarán, lo primordial es que aquel pensamiento con tufillo dictatorial, militaresco, con tendencias pragmáticas, no sea el único en las mentes de todos los peruanos. Que se respete la diversidad. He ahí la democracia.
Por eso, la movilización del jueves pasado sirvió para que se vea - a pesar del cómplice silencio mediático en mayoría- que, si no todos, varios tenemos memoria, capacidad de recuerdo y, otros, aunque no hayamos vivido (como se acostumbra a desprestigiar) la época del terrorismo, sabemos la historia no oficial, la que no nos contaron en las aulas de colegio, pero sí la que denuncia los salvajismos tanto del Estado como de las organizaciones subversivas.
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